Dentro de la casa, Zera estaba sentada en un sillón cercano a las cunas de los mellizos, vigilando pacientemente mientras dormían. A pesar de las diferencias que siempre había tenido con Rinha, había tomado muy en serio su papel de protectora de los pequeños, pues sabía cuánto significaban para Sona.
La aparición repentina de Rinha la tomó por sorpresa. La mujer tenía el collarín del traje algo desarreglado y una mirada que reflejaba la batalla interna que estaba librando.
—Rinha —dijo Zera sin tapujos, poniéndose de pie con cautela—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en la celebración con Sona?
Rinha ignoró la pregunta y caminó directamente hacia la habitación principal, pero Zera la interceptó en el pasillo antes de que pudiera avanzar más.
—¿Está todo bien? Pareces… alterada.
—No necesito que te entrometas, Zera. Haz lo que mejor sabes hacer y quédate vigilando a los niños. —respondió Rinha con frialdad, intentando esquivar a la mujer.
Zera frunció el ceño, pero se mantuvo firme. Por ella. Por Sona. Por los mellizos… Incluso por Rinha.
—No me parece que estés en condiciones de estar sola. Si algo te preocupa, deberías hablarlo.
Rinha se detuvo, dándose la vuelta lentamente, su mirada helada como un filo.
—No necesito consejos de alguien que no entiende nada de lo que está pasando. Hazme un favor y lárgate.
La franqueza de sus palabras provocó un leve destello de ira en los ojos de Zera, pero esta respiró hondo, controlando su temperamento.
—Rinha, entiendo que estás molesta, pero no tienes derecho a tratarme así.
—¿Ah, sí? —replicó Rinha, su tono ahora cargado de sarcasmo—. ¿Y qué vas a hacer al respecto, Zera? ¿Correr a llorarle a Sona como siempre haces?
La consejera entrecerró los ojos, pero no se movió.
—Cuidado con tus palabras, Pawa. No olvides que, aunque no me simpatices, estoy aquí porque Sona confía en mí. Y te lo advierto: no me hables así en su casa.
Ese comentario fue suficiente para que algo en Rinha finalmente estallara. La inseguridad, el miedo y la rabia que había estado reprimiendo durante todo ese tiempo la dominaron. El sello maldito ardió con salvajismo y sus ojos se tornaron de aquel color particular de la habilidad.
—¡No me des órdenes en MI casa! —exclamó con furia, alzando la voz tan alto que los mellizos comenzaron a moverse inquietos en sus cunas con sollozos.
—¡Baja el tono, Rinha! Los niños están durmiendo. —replicó Zera, esta vez con más firmeza, acercándose a ella y dispuesta a pelear de ser necesario.
—¡Y tú no me digas qué hacer! Si no te largas, te sacaré yo misma.
Ambas mujeres estaban tan cerca ahora que parecía que la tensión en el aire podía explotar en cualquier momento. Rinha, fuera de sí, alzó un brazo como si estuviera lista para empujar a Zera lejos, mientras esta no retrocedía ni un paso, lista para defenderse.
En ese momento, el llanto de los mellizos rompió el silencio, sus pequeños gemidos llenando el espacio como una súplica por todo el pasillo. Antes de que cualquiera de las dos pudiera moverse, la puerta principal se abrió de golpe.
—¡Basta!
La voz de Sona resonó con claridad y autoridad, aunque una sutil nota de preocupación la atravesaba, desarmando por completo a las dos mujeres. Con pasos decididos, se interpuso entre ambas, extendiendo los brazos para mantenerlas separadas. Su simple presencia, firme pero tranquila entre las dos titanes, fue suficiente para que las tensiones cedieran ligeramente, y la dupla lograra encontrar un atisbo de calma.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Sona, su mirada alternando entre Rinha y Zera.
Rinha intentó hablar, pero el nudo en su garganta la detuvo. Zera, aún con el rostro tenso, dio un paso atrás.
—Rinha perdió el control. Estoy intentando ayudar, pero… —empezó a decir Zera, pero Sona alzó una mano para silenciarla antes de que otra vez escalara la disputa, dado que sintió el cuerpo de ambas volviendo a enfurecerse.
—Zera, ve con los niños. Tranquilízalos. Yo me encargo de esto. —giró a verla con una súplica y una disculpa implícita por la situación— Por favor.
Zera dudó un instante, pero asintió con una inclinación leve.
—Como desees, Sona.
Con una última mirada a Rinha, Zera se dirigió al cuarto de las cunas, dejando a la pareja a solas en medio del pasillo, donde la tensión parecía espesarse en el aire. Sona se volvió hacia la más alta del grupo, clavando sus ojos en los de ella, encontrando el aterrador rastro de las secuelas del sello maldito en su mirada.
—¿Rinha? —su voz, ahora más suave pero impregnada de preocupación y firmeza, rompió el silencio con cautela. Conocía demasiado bien a la mayor para saber cuándo debía adoptar un tono más gentil—. Háblame. ¿Qué te está pasando?
El rostro de Rinha permanecía endurecido, sus ojos evitando los de Sona con una tensión que parecía cristalizarse en el aire. Su mandíbula apretada era un claro reflejo del torbellino emocional que la carcomía por dentro. No podía hablar, no ahora. Temía que, si lo hacía, todo lo que contenía se desbordaría en un torrente incontrolable de palabras y emociones que terminarían por herirlas a ambas.
—No es nada, Sona —respondió finalmente, su tono frío—. Solo quiero descansar.
Sona frunció el ceño, un gesto casi imperceptible, pero cargado de inquietud. Podía sentir el caos que bullía bajo la fachada de control de Rinha como una tormenta al borde de estallar. Sabía que empujarla demasiado sería contraproducente, pero la intensidad de la energía fluctuante que emanaba de ella, combinada con la cercanía de sus hijos, exigía que actuara con cuidado. No podía ignorar el riesgo de que todo aquello se saliera de control.
—Amor… —intentó de nuevo, dando un paso hacia ella, su tono implorante. Pero la ojiambar levantó una mano, un gesto claro y firme que pedía distancia. No la miró; sus ojos permanecían clavados en algún punto indefinido, como si solo eso la mantuviera entera.
—No ahora.
La respuesta fue un susurro, pero su peso emocional era abrumador. Sin esperar una reacción, Rinha se giró y comenzó a subir las escaleras hacia el cuarto que compartían. Sona la observó irse, su pecho apretándose con una mezcla de preocupación y tristeza.
Cuando Rinha cerró la puerta del cuarto tras de sí y apoyó la espalda contra la pared más cercana. Apretó los ojos con fuerza, respirando profundamente, cada inspiración parecía insuficiente para disipar el peso que sentía. Las palabras de los aldeanos seguían repitiéndose en su cabeza, las insinuaciones de Xintama la atravesaban como cuchillas, la memoria de Renji resurgía con una dureza maquiavélica, y la reciente confrontación con Zera añadía otra capa de tensión al caos que la consumía.
¿Y si Sona no la veía como la persona que explícitamente la fecundó? ¿Y si extrañaba la versión masculina que había usado ese día? ¿Y si… en el fondo, ella nunca sería suficiente? ¿Y si nunca podía otorgarle a su familia una vida calmada y plena? Alguien como ella, una mujer famosa por el exilio y destierro de la Niebla, por haber sido una traidora y por ser una mercenaria con una maldición encima…
Su corazón latía con fuerza, y un nudo de celos y rabia se formaba en su pecho. Finalmente, dejó escapar un gruñido de frustración y se deslizó por la pared hasta quedar sentada en el suelo, con la cabeza entre las manos.
Unos minutos después, Sona abrió la puerta, entrando con cuidado. Cerró tras de sí y se acercó lentamente.
—Rinha…
Antes de que pudiera decir algo más, Rinha se puso de pie de un salto, mirándola con los ojos encendidos de una intensidad que hizo que Sona se detuviera en seco.
—¿Qué quieres que diga, Sona? ¿Que todo está bien? ¿Que no me importa que medio mundo cuestione nuestra relación, nuestra familia, incluso nuestra intimidad? —las palabras salieron precipitadamente, cargadas de emociones reprimidas—. ¡No puedo! No puedo pretender que estoy bien cuando… cuando ni siquiera sé si tú piensas en mí como yo pienso en ti.
Sona mantuvo la calma, su mirada serena y comprensiva, aunque un destello de preocupación brilló en sus ojos.
—¿Qué estás tratando de decirme? —preguntó con suavidad, acercándose un poco más.
Rinha dio un paso atrás, como si temiera que la cercanía de Sona pudiera desarmarla.
—¿Realmente soy suficiente para ti, Sona? —preguntó, con la voz quebrada por un momento antes de endurecerse de nuevo—. ¿O me ves como un sustituto, como alguien que simplemente tomó una forma que necesitabas ese día?
Musa se quedó inmóvil por un instante, sus labios entreabiertos mientras procesaba lo que acababa de escuchar. De pronto, las palabras de Rinha, sus propios recuerdos y los ecos de las interacciones recientes con los demás comenzaron a converger en su mente, formando una imagen clara pero inquietante. Entendió a qué día se refería Rinha, y la gravedad de lo que implicaba cayó sobre ella como una avalancha.
El silencio que siguió era denso, cargado de una tensión palpable, pero Rinha no le dio tiempo a Sona para responder. Con un paso decidido, acortó la distancia que las separaba, obligándola a retroceder hasta quedar atrapada contra el borde de la cama. La expresión de Rinha era una mezcla caótica de rabia, desesperación y un dolor tan profundo que casi podía sentirse en el aire.
—Dímelo, Sona. ¿Alguna vez has deseado que fuera diferente? ¿Que fuera… diferente a como soy ahora?
Musa, a pesar de la intensidad de la situación, levantó una mano y la colocó suavemente sobre el brazo de Rinha, cuyos músculos estaban tensos como cuerdas a punto de romperse.
—Nunca he deseado que seas otra persona, Rinha —su voz firme y baja pero llena de convicción—. Nunca.
Rinha la miró, sus ojos buscando algo en el rostro de Sona, algo que pudiera confirmar sus palabras. Pero aunque la respuesta fue sincera, el peso de sus inseguridades la mantenía atrapada.
—Entonces, ¿por qué todos parecen creer que no es así? —susurró, su tono lleno de dolor—. ¿Por qué actúan como si nuestra familia no pudiera ser legítima por mi condición de mujer, como si yo no fuera suficiente?
Sona dio un paso hacia adelante, ignorando la barrera invisible que Rinha había intentado construir entre ellas. Con un movimiento lento pero firme, la tomó del rostro, obligándola a mirarla directamente a los ojos.
—Porque no entienden lo que tenemos, no aún, no entre la incertidumbre —respondió Sona, su tono calmado y decidido—. Pero yo lo entiendo. Y tú también deberías entenderlo. No importa lo que digan, Rinha. Tú eres la única persona a la que amo, y eres la única con la que quiero compartir mi vida y mi familia.
Las palabras parecieron atravesar la barrera que Pawa había construido. Sus hombros comenzaron a relajarse, pero su mirada seguía llena de dudas.
—¿Y si vuelvo a fallarte? —susurró, apenas audible—. Fallé a mi clan, a Renji, a Nashla, a la Niebla, a Ryu, a la Tormenta… a Taiga, a Shinta. a Luka. Te fallé a ti. Y no quiero seguir fallando. No quiero fallarles a ellos dos.
Sona negó con suavidad, sus ojos reflejando una mezcla de compasión y convicción.
—No lo harás. Y si alguna vez tropiezas, yo estaré ahí para sostenerte. —tiró suavemente de Rinha hacia ella, envolviéndola en un abrazo firme. Al principio, Rinha resistió, pero luego, como si la fuerza que había estado sosteniendo se desvaneciera de repente, se dejó caer en los brazos de la ojiazul. Finalmente, la dureza en los ojos de Rinha comenzó a desmoronarse. Las lágrimas que había estado reprimiendo rodaron por su rostro, y antes de que pudiera evitarlo, se inclinó hacia Sona, apoyando la frente contra su hombro mientras su cuerpo temblaba ligeramente.
—Lo… L-lo siento… Lo s-siento mucho, Sona. —un gimoteó e hipeo extraño apareció en su timbre de voz mientras rodeaba la cintura de la menor con sus brazos. Era una vulnerabilidad que Sona había presenciado de su pareja una sola vez antes. Sabía lo raro y delicado que era este momento. Deslizó su mano por la nuca de Rinha, acariciando suavemente su cabello, mientras murmuraba palabras tranquilizadoras con ternura.
—No tienes que disculparte. Estamos juntas en esto, siempre. Yo estoy para ti y tú estás para mí. —Depositó un dulce beso cerca de su sien, reflexionando en las palabras de su amada no pudo evitar reír— Igual está la opción en la que fallas y yo te obligo a levantarte. Así somos tú y yo.
El comentario logró arrancar una pequeña risa a Rinha, quien, al escucharla, se acurrucó aún más en sus brazos. Permanecieron así durante largos minutos, en silencio, mientras Sona sentía cómo el ritmo cardíaco de Rinha volvía poco a poco a su estado habitual, ese que siempre encontraba reconfortante. Momentos como este le recordaban el inmenso poder que tenía Rinha para brindarle seguridad, el mismo que sus hijos sentían cuando ella estaba cerca. La habilidad sensorial de Sona le permitía percibir cosas que otros no podían, captar vibraciones que no se podían falsificar. Era por eso que odiaba ver a Rinha atrapada en esa espiral de inseguridades. Porque si tan solo Rinha pudiera ver a través de sus ojos, sentir a través de su habilidad sanguínea todo lo que significaba para los que la rodeaban, nunca dudaría del rol que desempeñaba en sus vidas.
Abrazadas, dejaron que el tiempo se deslizara hasta que Sona sintió cómo la energía de Rinha alcanzaba su equilibrio. La compostura de la mayor volvió a ser serena pero firme, aunque algo había cambiado. Su respiración, aún ligeramente irregular, se tornó más profunda, y su agarre en la cintura de Sona se volvió más firme, más cargado de intención.
La transformación no pasó desapercibida para Sona, quien sintió cómo la intensidad crecía entre ambas. Pawa, aún con rastros de vulnerabilidad, proyectaba ahora una energía inconfundible, demandante, que la tomaba por sorpresa.
—Rinha... —murmuró Sona al sentir cómo su pareja inclinaba el rostro hacia su cuello, aspirando con intensidad su aroma—. ¿Qué estás...?
No pudo terminar la frase. Rinha deslizó una mano por la curva de su cintura, deteniéndose en la cadera, y con la otra subió hasta la base del cuello de Sona, sus dedos rozando con intenciones claras la línea de su mandíbula. La suavidad del movimiento contrastaba con la intensidad de su mirada, oscurecida por una pasión abrumadora.
—Te necesito, Sona —dijo Rinha, su voz grave y cargada de emoción. Sus palabras eran un susurro, pero resonaron profundamente en la instrumentista, haciéndola estremecer—. Ahora. Aquí.
Su tono posesivo encendió una chispa en la menor, pero también le recordó la situación. Con un esfuerzo notable, colocó sus manos sobre los hombros de Rinha, intentando crear un poco de distancia.
—Rinha, espera... —dijo con calma, aunque su corazón latía más rápido —. Zera está abajo con los mellizos. Tenemos que...
Rinha no le permitió terminar. Con un movimiento calculado, la presionó suavemente contra ella, su cuerpo firme y musculoso sirviendo como una barrera inamovible.
—No te engañes —respondió, su tono bajando aún más, adquiriendo un matiz casi dominante. —Yo también puedo sentirlos, ¿sabes? El chakra de los mellizos apenas se altera, están casi dormidos. Zera estará vigilandolos y cuidándolos toda la noche. Lo sabes tan bien como yo.
Sona trató de responder, pero Rinha inclinó su rostro hasta que sus labios estuvieron peligrosamente cerca del oído de Sona.
—Deja de buscar excusas —murmuró.—. Este cuarto tiene una barrera sensorial que lo aísla de todo. Ahora mismo, soy yo quien te necesita. Te necesito más cerca de lo que nunca hemos estado. Te necesito para recordarme que soy suficiente, que esto es real. Que tú y yo somos todo lo que importa.
Las palabras golpearon profundo en Sona, aflojando su resistencia. Rinha se alejó apenas lo suficiente como para mirarla a los ojos. Una de sus manos seguía reteniendo con firmeza a la Hoshikage, mientras que con la otra comenzaba a desabrochar la parte superior de su propio traje, revelando debajo un top deportivo oscuro que destacaba los contornos definidos de sus músculos tonificados.
Sona tragó saliva, su mirada atrapada en la figura de Rinha, en la forma en que la luz del cuarto acentuaba cada línea de su cuerpo.
Su mente le pedía que mantuviera el control, pero su corazón, su alma... estaban completamente rendidos.
—Yang... —intentó nuevamente, pero su voz sonó mucho más débil que antes, teñida de deseo y emoción.
Rinha deslizó una mano por la mejilla de Sona, acariciándola con una ternura que contrastaba con la pasión en su mirada.
—No me detengas ahora, Sona —dijo, su voz firme pero con un toque de vulnerabilidad que dejó claro lo mucho que necesitaba este momento—. No lo hagas. Lo he deseado desde que te vi en el local… Ya no puedo aguantarlo. Ha pasado mucho tiempo. He sido paciente y disciplinada… Por favor.
Sona respiró profundamente, sintiendo cómo cada fibra de su ser cedía al amor y la conexión que compartían. Con una mezcla de devoción y rendición, dejó que sus manos se movieran por la cintura de Rinha, aceptando finalmente lo inevitable.
El aire en el cuarto parecía haberse vuelto más denso, cargado con una electricidad palpable que recorría la piel de ambas mujeres como una corriente. Sona, incapaz de resistirse más, dejó caer las manos a los costados de Rinha, tomando entre sus dedos la tela suave y ajustada del top deportivo que aún cubría su torso para quitarselo. Rinha, al sentir el contacto, dejó escapar un suspiro apenas audible, inclinándose más cerca, como si buscara eliminar cualquier distancia que quedara entre sus cuerpos. Su frente se apoyó suavemente contra la de Sona, sus respiraciones entrelazándose mientras el calor compartido parecía llenar el espacio entre ambas.
—Eres tan hermosa... —murmuró la ojiazul, sus palabras sinceras y teñidas de admiración. Sus dedos recorrieron lentamente los senos de Rinha, como si trazaran un mapa de un territorio conocido, pero que siempre le resultaba fascinante explorar.
Rinha cerró los ojos por un momento, permitiéndose disfrutar del toque de Sona antes de responder con igual intensidad. Sus manos encontraron la cintura de su mujer, sosteniéndola con una mezcla de firmeza y ternura.
—No sabes cuánto he extraño este momento, Sona —confesó, su voz apenas un susurro, pero cargada de significado. —. Tenerte así, saber que eres mía, que siempre lo serás...
Musa sintió cómo el corazón de Rinha latía con fuerza contra su propio pecho, un eco del suyo propio. Las palabras de su pareja resonaron en su interior, encendiendo algo cálido y profundo.
—Siempre lo he sido —respondió—. Y siempre lo seré.
Rinha se inclinó, dejando un beso lento y apasionado en el cuello de la ojiazul, su aliento cálido enviando escalofríos por su piel. Sona arqueó ligeramente la espalda, sus manos deslizándose hasta los hombros de Rinha, sosteniéndose de ella como si fuera el único ancla en un mundo que parecía desvanecerse a su alrededor.
El toque de Rinha se volvió más decidido, más profundo, mientras buscaba comunicar con cada caricia lo que las palabras no podían expresar. Sona, atrapada entre la ternura y la intensidad de su amante, se dejó llevar, sus dedos perdiéndose en el cabello café de Rinha mientras sus labios se encontraban en un beso lleno de devoción y deseo.
Ambas se movían como si fueran una sola, una danza silenciosa guiada únicamente por la necesidad de reconectarse, de reafirmar el vínculo que las unía.
Los límites entre ellas parecían desaparecer, dejando solo el amor, la pasión y la certeza de que, sin importar lo que el mundo pudiera decir, eran todo lo que necesitaban.
Rinha la guió con suavidad hasta que su espalda tocara la cama y la tomó por las muñecas, llevándolas con firmeza sobre su cabeza, presionándola suavemente contra el colchón. La mirada de Grimmjow ardía con una intensidad difícil de ignorar, y Sona, lejos de resistirse, dejó escapar un suspiro entrecortado. Había algo en esa mezcla de fuerza y devoción que la hacía sentir completamente vulnerable, pero extrañamente segura.
—Eres mía —murmuró Rinha, con un tono bajo y ronco, su aliento acariciando el rostro de su pareja—. Y esta noche, quiero recordártelo. Quiero recordarmelo.
Sona tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza bajo el peso del cuerpo de Rinha. Su entrega no era un signo de debilidad, sino de confianza absoluta, de un amor que había resistido pruebas y desafíos.
Pawa inclinó su rostro lentamente, sus labios apenas rozando el contorno de la mandíbula de Sona, extendiendo la tensión del momento. La anticipación se rompió en un beso profundo, lleno de pasión y posesión, como si en ese contacto se resumiera todo lo que significaban la una para la otra. Las manos de Rinha comenzaron a recorrer con seguridad la piel de Sona, trazando caminos familiares que ahora parecían nuevos bajo la intensidad del momento. Cada caricia era un reclamo silencioso, marcando cada centímetro de ella como propio.
El control que Rinha ejercía era absoluto, pero nunca falto de cuidado. Cada roce, cada movimiento, estaba cargado de dedicación, como si cada gesto fuese una promesa renovada. Sin apartar la mirada de Sona, Pawa la alzó ligeramente por la cintura, ayudándola a arquear su espalda mientras sus dedos bajaban el cierre del vestido con deliberación. Sona, con su respiración acelerada, dejó que sus propias manos se deslizaran hacia el arreglo de su peinado, desatándolo para que su cabello rosa se soltara con movimientos lentos y libres, enmarcando algunos mechones su rostro.
El vestido y la ropa interior de Sona cayeron con suavidad al borde de la cama una vez Rinha los sacó de su camino, y sus dedos, seguros y hábiles, exploraron cada nueva porción de piel expuesta. Al mismo tiempo, la búsqueda por quitarse su propia prenda inferior se mezclaba entre sus movimientos cargados de urgencia contenida por el cuerpo de la instrumentista. Sona comenzaba a rendirse por completo, el deseo de sentir la conexión directa de sus pieles sin barreras textiles iba creciendo con cada instante. Por lo que su manos buscaron con prisa el cinturón de Rinha, intentando desabrocharlo, fue entonces cuando algo diferente captó su atención.
Un nuevo detalle, una sensación… no completamente desconocida… pero que de repente se hizo evidente físicamente por completo bajo sus dedos. Sona se detuvo, sus ojos buscando automáticamente los de Rinha con una mezcla de sorpresa y curiosidad. La mirada de la castaña, intensa y vulnerable a la vez, contenía un sinfín de respuestas.
—Quiero que recuerdes esto, Sona —murmuró Rinha con suavidad. Se irguió ligeramente, separándose apenas de Sona mientras mantenía su posición sobre ella, parcialmente sentada. Su mirada cristalina oscilaba entre la firmeza y la fragilidad, una mezcla de emociones que relucían en sus ojos. Su voz, un susurro íntimo y cargado de emoción, parecía acariciar cada rincón del alma de Sona. Con delicadeza, Rinha tomó la mano de Musa que rozaba su miembro, cubriéndola con la suya, ejerciendo una leve y excitante presión en la zona—. No importa lo que digan los demás. Yo soy quien está aquí. Yo soy quien te ama. Desde la primera vez que lo experimentamos ese día… siempre dudé en si querer mantener mi forma femenina y compartir mi otro yo contigo. Quiero que sepas que mi intención siempre fue esta, poder ser una mujer con un toque excepcional, algo que me hiciera especial y única para ti cuando lo necesitaras. Ser una mujer que aprovechara su línea sucesoria y el potencial de sus jutsus hasta el máximo para incluso entregarte todo lo posible que quisieras en esta vida.
Sona la miró con curiosidad y asombro, esperando a que continuara. Rinha tomó una respiración profunda antes de seguir.
—Recuerdo cuando empezamos a hablar sobre volver a tener sexo de esa forma después de tanto tiempo. Tus comentarios jocosos sobre querer volver a sentir mi pene me hicieron sentir insegura en el fondo. Me preguntaba si realmente te había gustado más esa versión de mi que la natural… Yo…
Sona no pudo contenerlo más, entre ternura y travesura soltó una risa que dejó sin palabras a Yang. Rinha, con su naturaleza peculiar y orgullosa, siempre había sido un misterio para Sona en su juventud. A veces era como una caja de Pandora llena de sorpresas, algunas maravillosas y otras complicadas. Si tan solo hubiera sido capaz de despejar esas dudas hace mucho tiempo, si tan solo Rinha le hubiera hecho la pregunta directa... Pero esa noche sería diferente. Sona sabía exactamente cómo hacerle entender lo que sentía.
—Oh, mi amor —dijo con una voz llena de dulzura—, nunca se trató de eso. Nunca fue sobre desearte como hombre o necesitar un pene para sentirme completa en nuestra intimidad. Fue porque eras tú, porque eras Rinha Pawa y porque nadie más existe para mí como tú lo haces.
Los ojos brillantes de Grimmjow buscaron confirmación en sus palabras mientras Sona continuaba hablando. Su voz estaba llena de convicción y pasión cuando comenzó a desnudar completamente a Rinha.
—Me excita tu miembro porque es tuyo —continuó, tocando y masajeando en un suave vaivén el pene y las bolas de Rinha, haciendo que esta soltara ligeros gemidos ahogados. Ninguna de las dos rompía el contacto visual. —, porque es parte real y única de ti. No es solo el acto en sí mismo lo que me gusta; es saber que estoy compartiendo ese momento contigo.
La ilusionista se sumió en gemidos y gruñidos muy profundos mientras Sona seguía hablando desde lo más hondo de su ser. El cuerpo de Rinha parecía a punto de estallar por la emoción, incrédula ante las palabras y el contacto que tanto necesitaba escuchar y sentir. Su corazón comenzaba a desbordarse; la lujuria, el amor y su devoción por Sona la estaban animando, creando una conexión palpable entre ellas.
—Con el tiempo empecé a fantasear con la idea de… verte como eres ahora ——confesó Musa, su tono era seductor y provocativo. Una de las manos de Sona subió a la mandíbula de su pareja,y jalándola hacia abajo con una mezcla de ternura y pasión, obligó a Rinha a descender para acostar su cuerpo sobre el de ella, posicionándose entre sus piernas. Mientras tanto, la mano que había estado acariciando sus partes intimas ahora descansaba cerca de una nalga firme de la castaña, sentía cómo su sexo rozaba constantemente contra el de Rinha y este hecho incrementa aún mas la excitación mutua— Fantaseé con la idea de volver a sentirte de esta forma mientras observaba tu hermoso y sexy rostro femenino… Yo… Yo fantaseé con que volvieras a venirte dentro de mí.— su voz era un susurro apasionado que resonaba en la habitación cargada de tensión sexual. Rinha, completamente rendida ya a los deseos de Sona, no pudo más que dejarse llevar por la pasión que las envolvía.
Con un movimiento suave pero decidido, Sona guió el miembro erecto de Rinha hacia su entrada, donde los labios vaginales ya estaban húmedos y listos para recibirlo. La punta del pene rozó contra el clítoris antes de alcanzar su apertura vaginal, enviando oleadas de placer a través del cuerpo de Sona. Rinha, sintiendo el calor y la humedad que emanaba de ella, se inclinó aún más, permitiendo que su pene se deslizara lentamente dentro de la vagina de Noten.
El contacto inicial fue como una chispa que encendió una hoguera de pasión entre ellas. Cada centímetro del pene que penetraba en Sona era recibido con gemidos y movimientos involuntarios del cuerpo. La unión era perfecta; cada célula parecía haber sido diseñada para complementar a la otra en este acto íntimo.
Mientras Rinha comenzaba a moverse con un ritmo lento y sensual, Sona elevó sus caderas para recibir cada embestida con mayor profundidad. Cada movimiento era una declaración silenciosa de amor y deseo mutuo. Las manos de Rinha encontraron los pechos firmes y redondos bajo ella; acariciándolos mientras lamía y mordía el cuello exquisitamente femenino ofrecido por su compañera.
Con el pasar de los minutos, las respiraciones se tornaron agitadas; jadeos profundos acompañaban cada embestida rítmica que aumentaba en fuerza y velocidad. Los gemidos de Rinha empezaron a ser guturales y graves ante la fuerza de sus embestidas y los gemidos de Sona pasaron de suaves a agudos y altos ante la descarga de placer. La ojiazul cruzó sus piernas sobre la cintura de la ojiambar y también con sus brazos rodeó su cuello, exigiendo la mayor cercanía posible, haciendo que sus labios se encontraran en un beso apasionado mientras sus cuerpos bailaban al compás del sexo intenso y salvaje pero lleno también de pleno romanticismo. En ese momento supremo, donde todo parecía detenerse menos sus cuerpos que se fundían uno dentro del otro, solo existían ellas dos; dos almas en perfecta sincronía, unidas por algo mucho más fuerte que la simple pasión: un amor inquebrantable, indomable y absoluto.
Al separarse sus labios en busca de aire, sus miradas se cruzaron con amor y deseo, una necesidad profunda de conexión fluyendo a través de ellas. En lugar de las palabras, eran sus miradas las que hablaban, un silencio denso que lo decía todo. Una expresión de vulnerabilidad y deseo profundo marcando el intercambio.
Rinha aumentó la velocidad aún punto que el sonido de sus pieles chocando por la fricción era ensordecedor. Los gemidos de Sona cerca de su oído y la sensación de sus fluidos entre sus muslos la estaba volviendo loca. Sentía como pronto alcanzaría su límite.
—Sona… Ahg… Sona. Sona. Mi musa. Mi reina. Ahg, Ahg... —jadeó y bramó casi en delirio. Su mejilla sudorosa estaba aplastada contra la piel del hombro de la menor por el vaivén de su cuerpo y los movimientos frenéticos de sus caderas. Sus brazos que rodeaban firmemente la cintura de la Noten, comenzaron a alzarla sin dificultad por su fuerza, consiguiendo que alcanzara más profundamente la penetración. Estaba en estado de éxtasis. —Te quiero… Ahg… Te amo. Eres mi todo. Mi luz divina. Mi diosa. ¡Ahg! Quiero hacerte mía, una y otra vez. Ahg… ¡Ahg! Quiero preñarte. Agh, Sona… ¡Dame otro hijo! ¡Ahg! Yo estoy cerca, muy cerca.
Sona gemía con fuerza.
—¡Mhg! ¡Mhg! H-hazlo… ¡Vente! —su voz era suave y profunda, pero en su tono había un dejo de anhelo. Rinha no necesitaba explicaciones, sabía lo que su compañera quería expresar. Y en ese momento, sus corazones latían al mismo ritmo, compartiendo un espacio de intimidad y deseo más allá solamente del placer sexual. —Lo necesito, Rinha... ¡Ven-mhg! ¡Mhg, mhg! ¡Lo quiero todo! V-vente dentro... — sus palabras llenas de excitación, como si fueran un ruego y una afirmación al mismo tiempo.
Rinha la observó con intensidad, notando la entrega en los ojos de Sona. No había necesidad de hablar más. Ella sabía lo que significaba esa mirada. Era un reconocimiento, un entendimiento mutuo de lo que estaban compartiendo y queriendo. No solo como compañeras, no solo como líderes de sus respectivos clanes, sino como almas que habían encontrado en la otra algo más allá de lo mundano.
I wanna testify
Scream in the holy light
You bring me back to life
And it's all in the name of love
Mientras se despojaban de las barreras que el mundo les había impuesto, de las dudas y los miedos, sus corazones latían de manera sincronizada, reflejando la unión que trascendía el acto físico. Lo que estaba sucediendo no era solo una cuestión de deseo y fantasías, sino una afirmación de su amor profundo, de su conexión espiritual y familiar.
Rinha sintió una corriente por todo su cuerpo y el palpitar de su miembro viril. Sus jadeos comenzaron a ser gruñidos entrecortados y la velocidad frenética de sus caderas se volvió irregular. Apretó con más fuerza a Sona y, dando una última embestida, descargó su orgasmo dentro de Musa. A los segundos le siguió el propio orgasmo de Sona, que apretó sus uñas contra su espalda y soltó un gemido armonioso ante la sensación caliente que se acumulaba en su vientre.
Rinha dejó caer suavemente sus cuerpos entre las sábanas. Sintiendo aún los latidos que daba su pene dentro de Sona, disfrutando ella misma de volver a vivir tras dos años una sensación como aquella. Escondió su rostro en la clavícula de Noten y se acurrucó entre sus brazos, dándole castos besos por el área. Musa le daba caricias circulares sobre su espalda.
Ellas. Su amor. Sus ansias. La oportunidad. El momento.
Lo necesitaban. Hace mucho que lo necesitaban.
La tenue luz de las velas iluminaba la habitación, dejando entrever los contornos de sus cuerpos entrelazados. Sona descansaba sobre el costado de Rinha, sus dedos trazando patrones distraídos en los vellos púbicos y castaños del monte de venus de su amada. A pesar de la paz externa, Rinha no podía evitar sentirse curiosa y preocupada sobre algo. Con una voz serena, casi inaudible, comenzó a hablar.
— Mi musa, ¿alguna vez tú te has sentido así? ¿Insegura de lo que eres? ¿De no tener algo que los demás parecen tener, algo que debería ser lo normal, lo esperado?
La ninja médico alzó la vista hacia ella, un suspiro suave escapando de sus labios. No era la primera vez que le cuestionaban dudas de este tipo, pero algo en el tono de Rinha esta vez la hizo poner más atención.
—Claro que sí —respondió con suavidad, deslizando las yemas de sus dedos ahora por la línea de los abdominales de Grimmjow—. Creo que todos, en algún momento, hemos sentido que no encajamos, que no somos suficientes o que nos falta algo. Pero… —hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran— lo que descubrí con el tiempo es que esas inseguridades son solo voces. Voces que intentan convencernos de que no somos dignos, pero no tienen la verdad.
—Pero, ¿y si esas voces tienen razón? —dijo finalmente, su tono apenas un susurro—. ¿Y si, en el fondo, cuando hagamos todo público, no soy suficiente? No solo para ti, sino para lo que se espera de mí, para nuestros hijos, para este Clan… para todo.
Sona se incorporó un poco, apoyándose en un codo. Su mirada ahora sí era firme, decidida -y un poco irritada- dispuesta a sacudir a Rinha de, para este punto tras lo que acababan de vivir, su absurda depresión.
—Escucha, Rinha Pawa —dijo, tomándole el mentón con su mano, exigiendo mirarla directamente a los ojos—. No hay un manual que defina lo que es "ser suficiente". Lo que importa es que cada día luchas, amas, y das lo mejor de ti. ¿Sabes lo que veo cuando te miro? —hizo una pausa, esperando que Rinha levantara la mirada—. Veo a una mujer que lleva más peso del que debería, que se preocupa por sus seres amados, incluso cuando debería cuidarse a sí misma. Veo a la persona que me ha dado un hogar, una familia, y una razón para levantarme cada día.
Rinha sintió un nudo en la garganta, aunque la situación ya había pasado y no calaba en ella con la misma fuerza, no significaba que la hubiera superado tajantemente. Ella era famosa internacionalmente por ser una ninja con un control inhumano de sus emociones, muy segura de sus habilidades y su poder. Pero no existía nada más delicado, importante y mágico en su vida que la presencia de Sona y sus hijos. Su punto débil era su familia. Su zona de confort y su talón de Aquiles. Intentó reprimirlo, pero una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Sona se inclinó y la besó con ternura, atrapando la lágrima con sus labios.
—No tenemos que ser perfectos. Solo tienes que ser tú. Y créeme, eso ya es más que suficiente para mí, para nuestros hijos y para todos los que te quieren… Yo sé que las voces pueden ser fuertes, creéme que lo sé —confesó finalmente, con un tono que contenía una mezcla de franqueza y cansancio—. Más veces de las que puedo contar.
Rinha levantó la cabeza ligeramente, sorprendida por la confesión. Sona rara vez hablaba de sus propios miedos; siempre había sido la roca, el pilar inquebrantable de su relación.
—¿Cuándo lo sentiste? —preguntó la castaña con una curiosidad genuina, casi temerosa de la respuesta.
Sona suspiró profundamente, dejando que su mano descansara suavemente sobre la cintura de Rinha. Su mirada se perdió en las sombras que danzaban en el techo, como si buscara en ellas las respuestas a su propio dolor. Finalmente, sus ojos regresaron a los de Rinha, ambarinos y llenos de preocupación.
—Cuando supe que estaba sola, sin una historia, porque mi clan había sido perseguido durante siglos... me sentí inexistente. Todo lo que habían luchado mis ancestros por construir desapareció con ellos… Cuando nos distanciamos por primera vez y pensaba que me odiabas, que era solo un recuerdo doliente para ti… Cuando mi título de Shodaime Raikage, que se suponía debía simbolizar liderazgo, fuerza y honor, se convirtió en un eco vacío. Kumogakure me despojó de ese reconocimiento, como si nunca hubiera sido suficiente, como si todos mis esfuerzos y logros para dirigir al país en su momento más crítico no hubieran valido nada.
Su voz se quebró ligeramente, pero continuó.
—Incluso después de todo lo que hice por el País del Rayo, después de cada batalla peleada, cada sacrificio que hice... Kumo me miraba como si fuera la culpable de todas sus desgracias. Como si mi existencia fuera un recordatorio de su fracaso colectivo.
Rinha extendió una mano, acariciando el rostro de Sona con ternura, pero no la interrumpió.
—Acepté esa situación —continuó Sona—. Lo hice para evitar algo peor: una guerra nacional. Preferí cargar con la culpa y la desvalidación antes que ver cómo mi pueblo se destruía a sí mismo.
Tomó un momento para respirar profundamente, pero sus manos temblaron ligeramente cuando las llevó a cubrir las de Rinha. La ilusionista notó como los ojos azules de su amada se cristalizaron.
—Y luego estuvo Ryu… —su voz bajó, casi en un susurro, como si el solo nombre trajera consigo una carga insoportable—. Lo vi morir en mis brazos. Pese a todos mis esfuerzos como ninja médico, pese a haber buscado hasta en los rincones más recónditos del continente, no existió antídoto para el meiton que había consumido su cuerpo.
Rinha sintió una helada infernal entrar a su cuerpo, porque aunque Sona jamás le permitiría aceptarlo o admitirlo, sus hombros cargaban con la muerte del hermano de su pareja… Aquello era responsabilidad de Renji, de su Clan, del propio poder hereditario que corría por su sangre. Por su culpa, Sona había perdido la conexión más cercana de su núcleo familiar.
—Me sentí incompetente. Incapaz. No solo como médica, sino como persona. Perdí a alguien que confiaba en mí, que dependía de mí, y no pude salvarlo.
Rinha no pudo evitar envolverla entre sus brazos, sintiendo la fragilidad que su mujer se esforzaba por ocultar.
—Sona... no tienes que cargar con todo sola. Tú también tienes derecho a llorar, a equivocarte, a sanar.
Noten cerró los ojos, permitiendo que las palabras de Rinha la envolvieran como un manto cálido. Aunque las heridas del pasado no desaparecerían, en ese momento, con el apoyo de Rinha, parecían un poco menos profundas.
—Ryu era más que mi hermano. Él era un guía cuando sentía que el mundo se desmoronaba. Siempre tuvo una forma de ver lo bueno incluso en las peores situaciones, de hacerme reír cuando pensaba que no podría sonreír.
Rinha permaneció en silencio, sosteniéndola con fuerza, dejando que su pareja se vaciara de las emociones que había contenido durante tanto tiempo.
—Cuando cayó enfermo, vi cómo su luz se apagaba poco a poco... —la voz de Sona se rompió, y una oleada de lágrimas silenciosas comenzó a rodar por su rostro—. Al principio, creí que era algo que podría curar. ¿Cómo no iba a hacerlo? Era una ninja médica. Había salvado a tantos antes. ¿Cómo no iba a poder salvar a mi propio hermano?
Sona tembló ligeramente en los brazos de Rinha, como si el peso de esas palabras fuera demasiado para soportar.
—Recorrí todo el continente, Rinha. Cada biblioteca, cada ruina olvidada, cada aldea remota buscando una cura. Hablé con sabios, con científicos, incluso con quienes juraban tener el edo tensei infinito. Habría hecho cualquier cosa, cualquier cosa, para mantenerlo conmigo. Pero nada funcionó. Nada...
Las lágrimas caían ahora libremente, y Sona no hizo ningún esfuerzo por detenerlas.
—Estaba con él en su última noche. Me pidió que dejara de intentar salvarlo. Me dijo que lo único que quería era que estuviera con él, que dejara de pelear contra lo inevitable.
Sona apretó los ojos, como si reviviera aquel momento.
—Lo sostuve mientras su respiración se desvanecía. Sentí cómo se iba, cómo su vida se escapaba de mis manos... Y no pude hacer nada. Nada.
Rinha deslizó una mano hasta el rostro de Sona, limpiando las lágrimas que corrían por sus mejillas.
—Te culpaste por algo que estaba fuera de tu control, Sona. Hiciste más de lo que cualquiera habría podido. Ryu sabía cuánto lo amabas. Sabía que diste todo por él.
Sona asintió, aunque ya estaba calmada, su mirada seguía cargada de dolor.
—A veces sueño con él. Lo veo sonriendo, como solía hacerlo, diciéndome que todo está bien. Pero cuando despierto, siento ese vacío otra vez, ese abismo que dejó su ausencia.
Rinha se inclinó, apoyando su frente contra la de Sona.
—Ryu vivirá siempre en ti, en tus recuerdos, en todo lo que haces. Él no querría verte consumiéndote por la culpa, Sona. Querría que vivieras, que encontraras felicidad, incluso si él ya no está aquí.
Las palabras de Rinha parecieron calar hondo en Sona, quien cerró los ojos, permitiéndose por primera vez en mucho tiempo dejar de luchar contra su dolor.
—Solo quiero creer que, donde sea que esté, sabe que lo amé con todo mi corazón, que di todo lo que tenía por él...
—Lo sabe —respondió Rinha con suavidad—. Lo sabe, Sona. Y también sabe que, aunque te sientas rota a veces, eres fuerte. Eres la mujer increíble que él siempre admiró.
Sona dejó escapar un suspiro tembloroso, hundiéndose en el abrazo de Rinha. Por primera vez en años, el peso en su pecho parecía aflojarse, al menos un poco. Y en esa calma momentánea, encontró un atisbo de paz. Disfrutó unos minutos de la piel cálida que la arropaba esa noche, y luego tragó saliva, sintiendo que las palabras eran más difíciles de decir de lo que había anticipado, se levantó e hizo a un lado. La castaña por consiguiente la imitó, sentándose también.
—Rinha, pasé años intentando demostrar que mi valor no dependía de un título ni de un linaje, pero había días en los que incluso yo empezaba a creer que las voces tal vez tenían razón. Y hasta hoy en día paso tiempo luchando contra las de la muerte de Ryu.
—Pero no tenían razón —dijo Yang, su voz firme—. Tú eres más que cualquier título, más que cualquier reconocimiento que alguna vez te hayan negado. Tú eres más que cualquier emoción que haya intentado quebrarte y eres más que cualquier reto de superación que te ponga la vida. Jamás he conocido a una mujer como tú, Sona Noten. Te prometo buscarte en todas nuestras líneas de vida, amarte y entregarte todo de mi. Porque soy afortunada, Hoshigakure es afortunada, el Rayo es afortunado, Ryun fue afortunado… Todos somos afortunados de haberte conocido y tenido en nuestros caminos. Me has dado dos hermosos hijos, me has entregado una familia hermosa, tú eres mi motor, mi luz, mi escudo… Tú… Entre todos de este mundo, me escogiste a mí, pese a mis problemas y demonios internos… Tú nunca te rendiste conmigo… Si tu sueño es reconstruir y reunir a tu Clan, si tu sueño es tener una gran familia, yo haré todo lo que anheles, Sona.
Sona cerró los ojos, permitiendo que las palabras de Rinha la envolvieran como un bálsamo para sus heridas.
—Vaya… sí que se te hace fácil hablar de esto ahora, ¿no? Debería darte sexo más veces como medicina —murmuró jocosamente, dejando escapar una pequeña risa amarga. Rinha se sonrojó intensamente pero no se negó a la insinuación—. Es verdad lo que dices. Pero en aquel entonces, no había nadie que lo dijera. Estaba sola, luchando contra la injusticia y la indiferencia, intentando reconstruir algo que nunca podría ser igual. Lo bueno es que ahora todo esa fuerza de voluntad no fue en vano. Ahora tengo a muchos de mi Clan conmigo, tengo amigos, unos hermosos hijos, otro que está por venir… y el amor de una Pawa que me bendice con su devoción.
Rinha sonrió y Sona se acercó para darle castos besos. Al rato se separaron entre risas y cada una volvió a sus cavilaciones. Tenían mucho tiempo sin poder disfrutar de un momento a solas tan longevo. De una noche completa de dedicación mutua. Cosa que también se merecían como pareja, ambas disfrutaban de su constante atención y también de compartir momentos individuales junto a la cercanía de la otra.
De repente, Sona se rió en voz alta. Puesto que la reflexión de todo lo vivido ese día la había dejado muchas conclusiones.
—¿Sabes, Rinha? Siempre me había preguntado qué tipo de persona sería aquella de la que me enamoraría. Hablar de estas cosas me recuerda cuando leía esos cuentos de hadas y todas las niñas de la academia ninja que conocía querían un príncipe. Yo era igual. Luego me comprometí con mi carrera ninja, con mis sueños de reunir a todos los Noten y no le ponía buena cara a aquellas que por casarse y formar una familia se hacían a un lado de su independencia y metas. Pensé que ni un príncipe encantador sería suficiente razón como para dejar de cumplir mi misión.
Volvió a suspirar y se giró un poco para ver a la mayor. Rinha estaba sentada aún, con su mirada fijamente colocada entre sus piernas.
—Tú no te pareces… en nada a un príncipe encantador —comentó con gracia, siendo muy clara también la referencia a que la mayor era una mujer y no un hombre realmente—. He sido timada.
Siguió burlándose de ella misma mientras la ilusionista se limitaba a escuchar, sabía que Sona tenía que llegar a un punto si estaba haciendo comparaciones tan delicadas como esas en tal preciso momento.
—Es decir, creo que lo único que compartes con un príncipe ideal es que eres valiente y capaz… todo lo demás pues la verdad que no —siguió agregando—. Siempre que me lo imaginaba pensé en un chico muy guapo de ojos azules y mirada amable, quizás con cabello rizado, rubio o pelirrojo. No tienes nada que ver con eso. Comenzando porque eres una infantil, tus cabellos lo más próximo que me recuerdan es al café… o al chocolate de hecho, y tu mirada no es amable, para nada. Sin ofender, tienes una mirada cargada de confianza y altanería, afilada, llena de soberbia… y sin embargo, Rinha, nunca me ha gustado tanto el ambar como ahora.
Pawa largó un bufido rodando los ojos con un sonrojo visible en su rostro, tratando de encontrar otra cosa interesante en la habitación, no sabía cómo tomarse la comparación que estaba recibiendo.
—Y eres torpe. —siguió hablando Musa. Acercandose al cuerpo de la mayor.
—Yo no soy torpe.
—Quizás no con tus habilidades con el genjutsu o ninjutsu, quizás no frente a los ignorantes de tu real temperamento, pero yo te conozco. Eres realmente torpe cuando te avergüenzas y no sabes qué hacer. Te alteras y dejas en evidencia rápido… muy diferente a un príncipe, que por ser de la realeza suele saber cómo actuar… al igual que tener modales, ser amable, cortés y educado. Tú, en cambio, disfrutas burlándote de las personas, provocándolas, manejas la sinceridad tan eficientemente que tardan en darse cuenta que les estás ofendiendo en verdad sin tapujos.
—Es una virtud que no muchos aprecian, sí…
—Y eres tan engreída —comentó riéndose por su propia realidad—, sueles mostrar esa sonrisa de superioridad cuando te sientes orgullosa de algo… sí, esa sonrisa —señaló al ver que la ojiambar le sonreía de lado, en una mueca graciosa—. Eres insoportable —terminó de decir para tocar con uno de sus dedos los labios de Rinha, delineándolos hasta llegar a su quijada, bajando aún más hasta su cuello y recorriendo peligrosamente su pecho, abdomen y zona baja de su vientre—. Tan diferente a un príncipe...
Grimmjow sonrió más cálidamente a los comentarios de reclamo, que dichos en el tono que Sona usaba, acompañados de su mirada, parecían más bien que la apreciaban. Cerró los ojos un instante, disfrutando del suave toque de Musa que parecía jugar entre lo travieso y lo afectuoso sobre sus partes intimas. Sentía el calor de los dedos de Sona delineando el glande de su pene, y aunque su rostro seguía mostrando esa sonrisa de superioridad que la pelirosa acababa de mencionar, dentro de sí sentía un torbellino de excitación difícil de controlar volviendo a florecer.
—¿Sabes? —comenzó a responder, recuperando su autoestima tras el esfuerzo paciente que hizo todo el día su mujer por motivarla, inclinándose ligeramente hacia ella sin perder la compostura —Quizás no soy un príncipe encantador, pero tampoco soy alguien que quiera encajar en ese molde tan aburrido. ¿De verdad hubieras querido a alguien perfecto? Sin desafíos, sin aristas… Sin esta sonrisa insoportable que tanto adoras.
Musa frunció el ceño, aunque una risa escapó de sus labios.
—No la adoro. Solo la soporto.
—¿Segura? —Rinha inclinó la cabeza, acercándose un poco más, hasta que sus rostros quedaron apenas a centímetros de distancia. Su voz bajó, adquiriendo un tono más grave, más íntimo— Porque si hay algo que he aprendido al estar contigo, Sona, es que tú no necesitas a alguien amable o ideal. Necesitas a alguien que te saque de tu zona de confort, que te haga replantearte todo, incluso lo que pensabas de ti misma.
Noten permaneció en silencio, su respiración ligeramente acelerada. Sentía cómo el ambiente en la habitación cambiaba, cargado de una intensidad que no podía ignorar. Rinha la miraba fijamente, sus ojos ambar brillando con una mezcla de confianza y algo que parecía pura devoción.
—¿Sabes qué pienso? —continuó la mayor, levantando una mano para apartar un mechón rebelde del rostro de su amada, con una delicadeza que contrastaba con su habitual rudeza.— Que no importa si alguna vez soñaste con un príncipe. Porque, al final del día, soy yo quien está aquí contigo. Soy yo quien te hace reír, enojar, y pensar en cosas que nunca antes habías considerado.
—Eres tan… —Musa intentó hablar, pero su voz salió entrecortada.
—¿Insoportable? —completó Pawa con una media sonrisa.
—Irritante. —corrigió Sona, aunque su tono apenas tenía fuerza.
—Y tú me encantas tal como eres. —finalizó Rinha, inclinándose aún más hasta rozar los labios de Musa en un beso lento y profundo, cargado de todo lo que las palabras no podían expresar. Noten respondió, primero con timidez y luego con más intensidad, dejándose llevar por el momento, terminando por sentarse sobre el regazo de la mayor.
Cuando finalmente se separaron, la artista se quedó mirándola en silencio, con las mejillas sonrojadas pero sin apartar la vista.
—Quizás sí me timaron… —murmuró, aunque esta vez su tono era más suave y travieso, casi resignado.
—Quizás… —respondió Rinha, volviendo a recostarse en la cama con Sona encima de ella, y con esa sonrisa engreída que tanto la caracterizaba, guió el inicio de una serie de caricias que darían apertura a la siguiente sesión pasional de la noche— pero dudo que te arrepientas.